LA PRESERVACIÓN DE LA IGLESIA
“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió
Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que
tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las
puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” Mateo 16: 16-18 (RVR 1960)
Se ha empezado con el anterior pasaje
bíblico debido a que el tema central, el sustento del presente ensayo, es la
doctrina apostólica, la enseñanza que recibieron y creyeron los apóstoles quienes
creyeron con completa convicción que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios
viviente (Jn. 6: 68-69). La afirmación de fe, la roca con la que Jesucristo
edificó Su Iglesia, ha sido desechada por los ignorantes que no confiaron en
Jesucristo (2 Ped. 3: 16) para enseñar a un Cristo diferente al que predicaron
los apóstoles (1 Cor. 11: 4), aun el mismo Pablo dijo “si aun nosotros, o un
ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos
anunciado, sea anatema” (Gal. 1:8).
La declaración de fe que dijo Pedro y
que el mismo Jesucristo aprobó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente” es enseñada en cada libro del nuevo testamento, por lo que también
fue doctrina esencial para los padres apostólicos y los apologistas, que
enfrentaron grandes discusiones esencialmente de carácter cristológico. La
cristología que enseña la doctrina de la Trinidad, es la sana doctrina en que
la Iglesia perseveró, fue y será preservada a pesar de los diferentes sucesos
que procuraron aniquilarla como las herejías que se ambicionaron introducirse
en la Iglesia para dividirla y derribarla. Por lo anterior se enseñará a modo
general algunos aspectos relevantes de la historia general de la Iglesia y dos
lecciones de la misma: la preservación de la Iglesia y la conservación de su
sana doctrina en sus primeros siglos.
¿Para qué estudiar la Historia de la
Iglesia Antigua?
Estudiar Historia es escuchar historias
de sucesos del pasado, es conocer experiencias vividas de acuerdo con su
contexto, para poder aprender de sus errores y victorias. Aunque no se puede
realizar un anacronismo en muchos de los relatos del pasado que se escuchan,
por su diferencia de contextos y tiempos, para evitar caer en el error de
apropiar términos o acontecimientos que pertenecen a una época en particular,
ciertamente sí se pueden tomar algunas lecciones del pasado para vivir mejor en
el presente. Con el propósito de explicar mejor lo anterior se puede dar como
un ejemplo cercano escuchar con atención la historia de vida del abuelo o del
padre, en ella se encontrarán muchas anécdotas y decisiones que tomaron, con
sus consecuencias a corto, a mediano y a largo plazo, unas buenas y otras no
tan buenas. En medio de todas sus experiencias se puede fortalecer la
tolerancia hacia ellos y aprender de sus errores para evitar cometerlos, como
lo hicieron ellos, puesto que sus vivencias son un consejo que debe ser
escuchado. De la misma manera debe ser oída atentamente por la Iglesia las
historias de quienes les precedieron.
Muchas razones se pueden argumentar
para estudiar la Historia de la Iglesia, pero en resumen se podrían concluir
dos: Identidad y Sabiduría. Identidad en el sentido de comprenderla mejor y
reconocerla para amarla en los momentos buenos como también en los malos, así
como el Señor lo ha hecho, y Sabiduría en el sentido de aprender a tomar
mejores decisiones, para poder contradecir falacias con argumentos históricos,
evitando caer en los mismos errores del pasado. El estudio de la Historia, por
lo anterior, debe ser visto como una necesidad para la Iglesia pero también se
debe realizar de una manera apasionante, como escribió Carl R. Trueman en su
libro Historias y falacias:
La historia, cuando se hace bien, es
una de las actividades más apasionantes, entretenidas y estimulantes que
podemos realizar. Entender el pasado me ayuda a entenderme a mí mismo; y
entender el mundo de ayer me sirve para aclarar mi comprensión del mundo de hoy.[1]
El mundo de hoy no se puede comprender
correctamente en ausencia de la historia, así como la Iglesia no se puede
entender sin su Historia, que relata su permanencia a través de los años como
un milagro que evidencia que la razón de la preservación de la Iglesia ha sido
su cabeza y su Señor Jesucristo y su sustento en la Sana Doctrina, que la ha fortalecido
en su fe, una fe histórica, no inventada por hombres, sino dada por Dios mismo,
preservándola desde sus inicios, como dijo Samuel Vila:
El Cristianismo Evangélico, comúnmente
llamado Protestantismo, no ha sido ni es una religión nueva inventada por los
reformadores de la Edad Media, sino el mismo cristianismo de los primeros
siglos remozado y limpiado de tradiciones inciertas y de abusos doctrinales
derivados del paganismo[2]
La historia de la Iglesia también es
funcional en el razonamiento, porque provee de una explicación razonable frente
a diversos sucesos, confirmando que toda doctrina, dogma o practica tiene una
causa y no ha surgido de manera espontánea, sino algunas de las tradiciones
nacieron para dar respuesta a una implicación contextual especifica que puede
no ser relevante continuar practicando en el contexto contemporáneo, como puede
que sí, depende de sus implicaciones. Por los anteriores argumentos y muchos
más, estudiar la historia de la Iglesia no solo es necesario sino debiera ser
un gran interés para la Iglesia de hoy.
Historia general de la Iglesia
Primigenia
La Historia general de la humanidad es
contada en a.C. (antes de Cristo) y d.C. (después de Cristo), porque se creía
que en el año 1 había nacido Jesucristo, pero algunos historiadores
relacionando la narración bíblica de Mateo 2 y la muerte de Herodes que ocurrió
en el año 4 a.C., han afirmado, como Baker, que “Jesucristo nació entre los
años 6 y 4 a. de J.C.”,[3]
nació en el sentido en que se hizo hombre y no en que aquel fuera el año de su
origen, porque es Dios sin comienzo pues es Eterno. Nació y creció como hombre,
tal cual las Escrituras del Antiguo Testamento lo habían profetizado, y los
cuatro evangelios lo narran con mayor claridad, desde cuatro miradas diferentes
(Mateo, Marcos, Lucas y Juan), que se pueden contemplar en la siguiente hermosa
armonía de nueve partes:
1. En primer lugar la eternidad de Jesús y
su encarnación que se da desde la barriga de una mujer virtuosa, que se
identificaba como sierva del Señor, conocida como la virgen María mientras fue
virgen (Mat. 1:.17; Luc. 1: 1-4, 3:23-38; Jn. 1: 1-18)
2. Los primeros años de Jesucristo como el
Logos encarnado sobre esta tierra (Mat. 1:18-25, 2; Luc. 2)
3. Juan anunció a Jesucristo como el
Mesías Prometido y Jesucristo inició su ministerio (Mat.3, 4: 1-12; Marcos 1:
9-14; Lucas 3, 4: 1-13; Juan 1: 19-4: 45)
4. El ministerio de Jesucristo en Galilea
(Mat. 4: 13-14:12; Mc. 1: 14-6:30; Lc. 4: 14-9:10; Jn 4: 46-5:47)
5. El ministerio de Jesucristo alrededor
de Galilea (Mat. 14: 13-18:35; Mc. 6: 31-9:50; Lc. 9: 10-62; Jn. 6: 1-7:10)
6. El ministerio de Jesucristo en Judea,
en Perea y sus alrededores (Mat. 19: 1-23:39; Mc. 10-12; Lc. 10: 1-21: 4; Jn 7:
11-12: 50)
7. Profecías en preparación para la muerte
expiatoria de Jesucristo (Mat. 24: 1-26:46; Mc. 13: 1-14:42; Lc. 21: 5-22: 40;
Jn. 13: 1- 18: 1)
8. La muerte, el sacrificio perfecto, de
Jesucristo (Mt. 26: 47-27:66; Mc. 14: 43-15:47; Lc. 14: 43-23: 56; Jn. 18:
2-19: 42)
9. La resurrección y ascensión de
Jesucristo (Mt. 28; Mc. 16, Lc. 24; Jn. 20-21)[4]
Alrededor de 33 años vivió Jesucristo
sobre esta tierra como hombre, para construir Su Iglesia la cual edificó sobre
la fe que declara con total convicción de que “Él es el Cristo, el Mesías, el
Hijo del Dios viviente”. Pero antes de ascender a los cielos, después de haber
resucitado, dejó a los apóstoles y a Su Iglesia, como encargo final la Gran
Comisión de ir y hacer discípulos a todas las naciones (Mateo 28: 19-20). No
dejaría a su Iglesia sola, sino enviaría, y envió al Consolador, el Espíritu
Santo, a Su Iglesia (Hch. 2,10) quien ha dado la siguiente esperanza a todo
creyente en Jesucristo: la resurrección de los muertos y la vida eterna.
Los inicios de la Iglesia, constituida,
formalizada y establecida por Jesucristo se comprende con mayor claridad en el
libro de los Hechos, en donde el médico, investigador e historiador Lucas sigue
enseñando que la Historia de la Iglesia tiene su fundamento en Jesucristo y en
su gran Obra de Redención sellada con su resurrección, como dijo Martyn
Lloyd-Jones: “No habría Iglesia cristiana si no hubiera sido por la
resurrección. Aquí, en Hechos, se encuentra la historia de la Iglesia”.[5]
La Biblia enseña con claridad que el
fundamento de la Iglesia reposa en Jesucristo y en su resurrección (1 Cor. 15:
14), porque la resurrección de Jesucristo selló su salvación, y la Iglesia es
la reunión de los salvos que esperan un mejor lugar, razón suficiente que
encontraron los apóstoles para no tener miedo de morir en manos de sus
perseguidores, porque reconocieron que eran peregrinos (1 Pedro 2: 11),
enviados por Jesucristo a predicar a judíos (Hechos 1-8) y a gentiles (Hechos
9-22), a todo ser humano (Hechos 1:8) el arrepentimiento y la fe en Jesucristo.
Pablo, como lo había hecho Pedro en
Judea, predicó el mensaje del evangelio y estableció iglesias con Bernabé,
Silas, Timoteo, entre otros, en medio de lugares gentiles, pero ellos fueron
encarcelados y luego ejecutados. Así mismo murió cada apóstol de Jesucristo,
uno por uno, pero la Iglesia no murió sino continuó. Los nuevos cristianos se
enfrentaron a un gran cambio en el año 70 d.C., porque Jerusalén fue destruida
por los romanos, por lo tanto la iglesia de Jerusalén, que muy probablemente
era la principal por ser “la iglesia Madre” fue esparcida, y comenzó a vivir un
largo tiempo de persecución.
Los gentiles, es decir los que no eran
judíos, llegaron paulatinamente a ser la gran mayoría. A finales del siglo I se
empezaron a escuchar nuevas voces en la Iglesia, de quienes eran obispos o
diáconos que procuraron guardar y enseñar las doctrinas que habían recibido de
Jesucristo y de los apóstoles, como Clemente y Policarpo. En el año 96, poco
tiempo después de que el ultimo Apóstol llamado Juan muriera, uno de sus
discípulos, Clemente, escribió una carta, titulada Carta de Roma a los
Corintios, y Policarpo, otro discípulo de Juan, por la misma época escribió
otra carta a la comunidad cristiana en Filipos, exhortando a la Iglesia a vivir
conforme lo habían ordenado los apóstoles.
Se cree que por esos años surgió el
conocido “credo apostólico”, una confesión de fe que afirmaba la fe en
Jesucristo y la confianza en la promesa de la resurrección de los muertos. Los
obispos y diáconos como encargados por los apóstoles de cuidar la sana
doctrina, enseñaron el valor de profundizar en el mensaje del evangelio y
enseñarlo así, de la manera más clara posible, sin añadirle ni quitarle nada.
Pero muchos de estos defensores de la fe y la verdad, murieron en tiempos de
persecución.
En el Siglo III Diocleciano, emperador
romano, creó una Tetrarquía, es decir, un gobierno de cuatro cesares y augustos
gobernando cada uno una parte del Imperio, aunque aparentemente desarrolló esta
entre otras estrategias de manera inteligente, no correspondió sabiamente frente
a los cristianos. Diocleciano fue llamado el enemigo de la piedad, como lo
relató Eusebio,[6] porque
fue el principal promotor de la Gran Persecución. Aunque el padre de
Constantino y el mismo Constantino guardaron silencio frente a los crueles
asesinatos de muchos cristianos, quienes aun en medio de esta gran injusticia
recibieron con gozo su sentencia de muerte, seria Constantino un instrumento en
las manos de Dios para que por un tiempo la Iglesia viviera con algo de paz.
Los concilios ecuménicos (diferente a
“ecumenismo”), en tiempos de Constantino, se hicieron famosos, porque este
emperador, sucesor de su padre, se había hecho gobernante de todo el imperio
romano y aparentemente en forma de gratitud a Dios, por darle la victoria
frente a sus enemigos, ayudó a la Iglesia, aunque algunos atestiguan que su
motivación fue inducida principalmente hacia una estrategia política de unir el
imperio en una solo creencia, por lo que se interesó en promover reuniones y
convocar concilios eclesiales. En el primer concilio que organizó Constantino
invitó a muchas de las iglesias principales para que juntas representaran un
consenso y una declaración conjunta que las estableciera como una Iglesia
unida, católica (universal), y fiel al imperio. Este primer concilio, como
algunos de los que siguieron, sirvieron de motivación a la ortodoxia cristiana
para conservar la unión como Iglesia en la sana doctrina que interpreta con
claridad y sin contradicciones las Escrituras.
Lecciones del estudio de la Historia
general de la Iglesia Antigua
La Iglesia Antigua fue creciendo y
desarrollándose en medio de grandes dificultades, su estudio deja importantes
contribuciones a la teología sana, entre las que se quieren destacar dos
importantes lecciones: la preservación de la Iglesia en sus primeros siglos y
de la sana doctrina.
La preservación de la Iglesia en sus
primeros siglos
La Iglesia a pesar de las dificultades
fue preservada, protegida y resguardada por Dios mismo en medio de los peligros
de un mundo que vive en contra de Dios y de la doctrina que sostiene a la
Iglesia. Conforme a lo anteriormente explicado se hace necesario conocer la
historia de la Iglesia, es una gran ayuda para el presente, un aliciente que
motiva al creyente a evitar participar de divisiones en la iglesia y perseverar
en la fe, reconociendo que la verdadera fe cristiana tiene un largo legado histórico
de prácticas cristianas que han fortalecido una fe balanceada, libre de
extremismos, que procura conservar la sana teología.[7],
que encuentra su fundamente en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo
Testamento.
La Iglesia primigenia presentó grandes
persecuciones, como dijo Baker “el movimiento cristiano enfrentó varias fuerzas
internas que amenazaron con desviarlo del modelo del Nuevo Testamento”, [8]
pero en medio de la persecución fue preservada. La filosofía helenista, la cual
era humanista en esencia, disfrazándose de diferentes maneras, procuró destruir
a la Iglesia, pero ella fue preservada en su doctrina a pesar de estas
humanistas filosofías, como dijeron Ropero y Fletcher “El ataque literario de
los paganos no causó ninguna deserción seria de las filas de los cristianos,
antes, por el contrario, el número de los creyentes siguió aumentando
diariamente”.[9]
En el primer siglo la Iglesia enfrentó grandes
desafíos, pero la sana doctrina que fue la misma dirección apostólica, enseñada
en las Escrituras, ayudó a una Iglesia recién nacida a mantener una fuerte
unidad interna, que disfrutaba continuamente de un culto sencillo que, como dijo
Baker “consistía en el canto de himnos, de oraciones, de la lectura de las
Escrituras y de exhortaciones”.[10]
La Iglesia de los primeros siglos
enfrentó muchas herejías, pero en medio de ellas, fue preservada en su fidelidad
a su Señor y a las Sagradas Escrituras. Aunque no tuvieron un canon claro sino
hasta el siglo IV con Atanasio de Alejandría, leían y estudiaban en comunidad
las Escrituras, cada domingo, llamado por ellos “el día del Señor”, porque fue
el día en que resucitó Jesucristo, su Señor. Ellos fueron valientes de Dios, un
gran ejemplo para la Iglesia contemporánea, porque muchos de ellos murieron
como mártires rehusándose adorar al Cesar, reconociendo solamente al Señor
Jesucristo como su Señor. No se ignora que cometieron errores, pero la Iglesia
debe estar agradecida con sus antepasados en la fe al ser el instrumento en las
manos de Dios para que la Biblia misma siga siendo conservada,[11]
su testimonio aún sigue hablando y enseñando con claridad que las puertas del
Hades no prevalecerán contra la Iglesia.
La preservación de la doctrina en los
primeros siglos de la Iglesia
La preservación de la doctrina esencial,
la cual se cimenta en la enseñanza de que Jesucristo es verdaderamente Dios, es
desplegada en dos afirmaciones fundamentales para la fe cristiana: la primera
que Jesús es el Cristo y la segunda que es verdaderamente Dios, porque fue en
esta fe que confesó Pedro (Mat. 16: 16-18) que el Señor ha edificado su
Iglesia. Los primeros concilios de la Iglesia primitiva reconocieron a Jesús
como Cristo y como Dios, y la definición de fe de Calcedonia, producida en el
concilio de calcedonia (451 d.C.) afirmó:
Todos unánimes enseñamos que se ha de
confesar a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo que es
perfecto en deidad y el mismo que es perfecto en humanidad, verdadero Dios y
verdadero hombre.[12]
La palabra Jesucristo es una
declaración de fe, porque reconoce que Jesús es el Cristo. Según el Diccionario
Teológico “el uso de “Cristo” caracteriza a Jesús como el Revelador que trae la
salvación”[13], este
fue el mensaje de los antiguos cristianos, por lo que, como dijo Lutzer: “Debemos
agradecer que aquellos que nos han precedido en la historia de la iglesia
insistieron en que creyésemos en el Cristo que es Dios”.[14]
La afirmación de Jesús verdaderamente
Dios se ve claramente en las Escrituras, ha sido el punto central de la
doctrina cristiana. Los judíos contemporáneos de Jesús comprendieron que Jesús al
haber dicho sobre sí mismo que era el Hijo de Dios también estaba afirmando su
Deidad, por eso querían matarle (Juan 5: 17-18), y es en la doctrina bíblica de
la Deidad de Jesucristo que reposa la doctrina esencial de la Trinidad, como
dijo Carballosa: “el cristianismo es una fe trinitaria. Si Jesucristo no es
Dios, el cristianismo sería una religión falsa”[15]
Los ebionitas, monarquianos, arrianos,
socinianos, unitarios y modernistas negaron la divinidad del Verbo, no creyeron
que Jesús es Dios, pero la Biblia enseña claramente que la afirmación Hijo de
Dios se refiere a que Jesucristo, el Hijo, la Segunda persona de la Trinidad
“subsiste como persona distinta dentro de la Trina Deidad por un acto
generativo, eterno y necesario, del Padre. Es engendrada la persona, no la
esencia, del Hijo”[16]
Como lo explicó claramente Lacueva el
Hijo en esencia es Dios y no ha sido engendrado, pero en persona, es Hijo
engendrado eternamente por el Padre, sin principio, porque
La vida de Cristo Jesús no tiene
comienzo. Debido a que es eterno, siempre ha existido, junto a Dios Padre y
Dios el Espíritu Santo. Este es un reclamo completamente sobrenatural que no
puede ser hecho por ningún otro ser humano.”[17]
Lo más grande discusión de los primeros
siglos en la Iglesia dejó como conclusión la clara enseñanza de que Jesucristo
tiene dos naturalezas pero es una misma persona, así también enseñó la unidad
con el Padre en sustancia, como con el Espíritu Santo, porque la Trinidad no se
puede separar, tres personas, pero un solo Dios, inseparables, eternamente
unidos, como un solo Dios, por eso la fe cristiana es monoteísta y no
triteista, que declara en su fe, lo que enseñó Jesucristo en la Gran Comisión
un solo Dios y tres personas diferentes, El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo.
No se puede desligar a la Iglesia de la
sana doctrina, como tampoco a la sana doctrina de la Iglesia, porque es en la
sana doctrina que la Iglesia encuentra su fundamento. Como se ha enseñado en
este ensayo se puede evidenciar claramente la obra de Dios en medio de la
historia de la Iglesia primigenia, respondiendo sin duda ¡Por Su Gracia! A las
preguntas ¿Cómo Dios fue preservando a Su Iglesia a pesar de las diferentes
persecuciones? y ¿Como Dios conservó la sana doctrina de la Iglesia en medio de
conflictos teológicos y diversas herejías?
La sana doctrina sigue siendo
conservada por la Iglesia de Dios, por Su Gracia, pero continúa siendo atacada
por los nuevos enemigos de la piedad. Aun así, es necesario que la Iglesia
reconozca que ha recibido el misterio del Reino de Dios (Mc. 4: 11), porque
Dios ha querido dárselo a conocer (Ef. 1:9, Col. 1: 27), para que lo guarde (1
Tim. 3: 16), con limpia conciencia. Este grande misterio de la piedad enseña la
obra del gran Dios Salvador para el hombre pecador, en este grande misterio la
Iglesia ha reconocido que Dios el Padre tiene una naturaleza semejante y
únicamente comparable a Dios el Hijo, es que solo puede ser comprendida en
relación con Él y así también el Padre y el Hijo con el Espíritu Santo, siendo
un único Dios, difícil de comprender porque es de una naturaleza única que no
puede ser comprendida por la mente humana, y por eso es un misterio, que no
puede ser comparado con alguna otra naturaleza, pero en Jesucristo puede ser
creído y recibido con gozo en el reconocimiento absoluto de la necesidad del
Gran Salvador (Dt. 29:29).
BIBLIOGRAFÍA
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historia cristiana. Trad. de Francisco Almanza. El Paso, TX: Mundo Hispano,
1981.
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[2] Samuel Vila, el cristianismo
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[5] Martyn Lloyd Jones, Sermones
sobre hechos de los apóstoles, trad. de Gema Gutiérrez (Edimburgo, Escocia:
El Estandarte de la Verdad, 2007), 19.
[6] Eusebio, Historia de
la iglesia (Grand Rapids: MI: Portavoz, 1999), 316-320.
[7] Carlos Astorga, ¿Por
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https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/por-que-estudiar-la-historia-de-la-iglesia/.
[8] Robert A. Baker, Compendio
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[9] John Fletcher y Alfonso
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2008), 53.
[10] Robert A. Baker, Compendio
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[11] Justo L. Gonzales, La
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[12] R.C. Sproul, ed., La
Biblia de Estudio de la Reforma (Medellín, Colombia: Poiema, 2020), 2338.
[13] Gerhard Kittel y
Gerhard Friedrich, Compendio del diccionario teológico (Grand Rapids:
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[14] Erwin Lutzer, Doctrinas
que dividen, trad. de John Bernal (Grand Rapids, MI: Portavoz, 1998), 41.
[15] Evis L. Carballosa, Jesucristo
el incomparable (Grand Rapids, MI: Portavoz, 2019), 135.
[16] Francisco Lacueva, Curso
de formación teológica evangélica (Barcelona, España: CLIE, 2006), 156.
[17] Ray Pritchard, Credo,
trad. de Sergio Ramos (Wheaton: IL: Patmos, 2010), 57.
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