LA PRESERVACIÓN DE LA IGLESIA

 

“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Mateo 16: 16-18 (RVR 1960)


Se ha empezado con el anterior pasaje bíblico debido a que el tema central, el sustento del presente ensayo, es la doctrina apostólica, la enseñanza que recibieron y creyeron los apóstoles quienes creyeron con completa convicción que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Jn. 6: 68-69). La afirmación de fe, la roca con la que Jesucristo edificó Su Iglesia, ha sido desechada por los ignorantes que no confiaron en Jesucristo (2 Ped. 3: 16) para enseñar a un Cristo diferente al que predicaron los apóstoles (1 Cor. 11: 4), aun el mismo Pablo dijo “si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal. 1:8).

La declaración de fe que dijo Pedro y que el mismo Jesucristo aprobó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” es enseñada en cada libro del nuevo testamento, por lo que también fue doctrina esencial para los padres apostólicos y los apologistas, que enfrentaron grandes discusiones esencialmente de carácter cristológico. La cristología que enseña la doctrina de la Trinidad, es la sana doctrina en que la Iglesia perseveró, fue y será preservada a pesar de los diferentes sucesos que procuraron aniquilarla como las herejías que se ambicionaron introducirse en la Iglesia para dividirla y derribarla. Por lo anterior se enseñará a modo general algunos aspectos relevantes de la historia general de la Iglesia y dos lecciones de la misma: la preservación de la Iglesia y la conservación de su sana doctrina en sus primeros siglos.

 

¿Para qué estudiar la Historia de la Iglesia Antigua?

Estudiar Historia es escuchar historias de sucesos del pasado, es conocer experiencias vividas de acuerdo con su contexto, para poder aprender de sus errores y victorias. Aunque no se puede realizar un anacronismo en muchos de los relatos del pasado que se escuchan, por su diferencia de contextos y tiempos, para evitar caer en el error de apropiar términos o acontecimientos que pertenecen a una época en particular, ciertamente sí se pueden tomar algunas lecciones del pasado para vivir mejor en el presente. Con el propósito de explicar mejor lo anterior se puede dar como un ejemplo cercano escuchar con atención la historia de vida del abuelo o del padre, en ella se encontrarán muchas anécdotas y decisiones que tomaron, con sus consecuencias a corto, a mediano y a largo plazo, unas buenas y otras no tan buenas. En medio de todas sus experiencias se puede fortalecer la tolerancia hacia ellos y aprender de sus errores para evitar cometerlos, como lo hicieron ellos, puesto que sus vivencias son un consejo que debe ser escuchado. De la misma manera debe ser oída atentamente por la Iglesia las historias de quienes les precedieron.

Muchas razones se pueden argumentar para estudiar la Historia de la Iglesia, pero en resumen se podrían concluir dos: Identidad y Sabiduría. Identidad en el sentido de comprenderla mejor y reconocerla para amarla en los momentos buenos como también en los malos, así como el Señor lo ha hecho, y Sabiduría en el sentido de aprender a tomar mejores decisiones, para poder contradecir falacias con argumentos históricos, evitando caer en los mismos errores del pasado. El estudio de la Historia, por lo anterior, debe ser visto como una necesidad para la Iglesia pero también se debe realizar de una manera apasionante, como escribió Carl R. Trueman en su libro Historias y falacias:

La historia, cuando se hace bien, es una de las actividades más apasionantes, entretenidas y estimulantes que podemos realizar. Entender el pasado me ayuda a entenderme a mí mismo; y entender el mundo de ayer me sirve para aclarar mi comprensión del mundo de hoy.[1]

El mundo de hoy no se puede comprender correctamente en ausencia de la historia, así como la Iglesia no se puede entender sin su Historia, que relata su permanencia a través de los años como un milagro que evidencia que la razón de la preservación de la Iglesia ha sido su cabeza y su Señor Jesucristo y su sustento en la Sana Doctrina, que la ha fortalecido en su fe, una fe histórica, no inventada por hombres, sino dada por Dios mismo, preservándola desde sus inicios, como dijo Samuel Vila:

El Cristianismo Evangélico, comúnmente llamado Protestantismo, no ha sido ni es una religión nueva inventada por los reformadores de la Edad Media, sino el mismo cristianismo de los primeros siglos remozado y limpiado de tradiciones inciertas y de abusos doctrinales derivados del paganismo[2]

La historia de la Iglesia también es funcional en el razonamiento, porque provee de una explicación razonable frente a diversos sucesos, confirmando que toda doctrina, dogma o practica tiene una causa y no ha surgido de manera espontánea, sino algunas de las tradiciones nacieron para dar respuesta a una implicación contextual especifica que puede no ser relevante continuar practicando en el contexto contemporáneo, como puede que sí, depende de sus implicaciones. Por los anteriores argumentos y muchos más, estudiar la historia de la Iglesia no solo es necesario sino debiera ser un gran interés para la Iglesia de hoy.

 

Historia general de la Iglesia Primigenia

La Historia general de la humanidad es contada en a.C. (antes de Cristo) y d.C. (después de Cristo), porque se creía que en el año 1 había nacido Jesucristo, pero algunos historiadores relacionando la narración bíblica de Mateo 2 y la muerte de Herodes que ocurrió en el año 4 a.C., han afirmado, como Baker, que “Jesucristo nació entre los años 6 y 4 a. de J.C.”,[3] nació en el sentido en que se hizo hombre y no en que aquel fuera el año de su origen, porque es Dios sin comienzo pues es Eterno. Nació y creció como hombre, tal cual las Escrituras del Antiguo Testamento lo habían profetizado, y los cuatro evangelios lo narran con mayor claridad, desde cuatro miradas diferentes (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), que se pueden contemplar en la siguiente hermosa armonía de nueve partes:

1.      En primer lugar la eternidad de Jesús y su encarnación que se da desde la barriga de una mujer virtuosa, que se identificaba como sierva del Señor, conocida como la virgen María mientras fue virgen (Mat. 1:.17; Luc. 1: 1-4, 3:23-38; Jn. 1: 1-18)

2.      Los primeros años de Jesucristo como el Logos encarnado sobre esta tierra (Mat. 1:18-25, 2; Luc. 2)

3.      Juan anunció a Jesucristo como el Mesías Prometido y Jesucristo inició su ministerio (Mat.3, 4: 1-12; Marcos 1: 9-14; Lucas 3, 4: 1-13; Juan 1: 19-4: 45)

4.      El ministerio de Jesucristo en Galilea (Mat. 4: 13-14:12; Mc. 1: 14-6:30; Lc. 4: 14-9:10; Jn 4: 46-5:47)

5.      El ministerio de Jesucristo alrededor de Galilea (Mat. 14: 13-18:35; Mc. 6: 31-9:50; Lc. 9: 10-62; Jn. 6: 1-7:10)

6.      El ministerio de Jesucristo en Judea, en Perea y sus alrededores (Mat. 19: 1-23:39; Mc. 10-12; Lc. 10: 1-21: 4; Jn 7: 11-12: 50)

7.      Profecías en preparación para la muerte expiatoria de Jesucristo (Mat. 24: 1-26:46; Mc. 13: 1-14:42; Lc. 21: 5-22: 40; Jn. 13: 1- 18: 1)

8.      La muerte, el sacrificio perfecto, de Jesucristo (Mt. 26: 47-27:66; Mc. 14: 43-15:47; Lc. 14: 43-23: 56; Jn. 18: 2-19: 42)

9.      La resurrección y ascensión de Jesucristo (Mt. 28; Mc. 16, Lc. 24; Jn. 20-21)[4]

Alrededor de 33 años vivió Jesucristo sobre esta tierra como hombre, para construir Su Iglesia la cual edificó sobre la fe que declara con total convicción de que “Él es el Cristo, el Mesías, el Hijo del Dios viviente”. Pero antes de ascender a los cielos, después de haber resucitado, dejó a los apóstoles y a Su Iglesia, como encargo final la Gran Comisión de ir y hacer discípulos a todas las naciones (Mateo 28: 19-20). No dejaría a su Iglesia sola, sino enviaría, y envió al Consolador, el Espíritu Santo, a Su Iglesia (Hch. 2,10) quien ha dado la siguiente esperanza a todo creyente en Jesucristo: la resurrección de los muertos y la vida eterna.

Los inicios de la Iglesia, constituida, formalizada y establecida por Jesucristo se comprende con mayor claridad en el libro de los Hechos, en donde el médico, investigador e historiador Lucas sigue enseñando que la Historia de la Iglesia tiene su fundamento en Jesucristo y en su gran Obra de Redención sellada con su resurrección, como dijo Martyn Lloyd-Jones: “No habría Iglesia cristiana si no hubiera sido por la resurrección. Aquí, en Hechos, se encuentra la historia de la Iglesia”.[5]

La Biblia enseña con claridad que el fundamento de la Iglesia reposa en Jesucristo y en su resurrección (1 Cor. 15: 14), porque la resurrección de Jesucristo selló su salvación, y la Iglesia es la reunión de los salvos que esperan un mejor lugar, razón suficiente que encontraron los apóstoles para no tener miedo de morir en manos de sus perseguidores, porque reconocieron que eran peregrinos (1 Pedro 2: 11), enviados por Jesucristo a predicar a judíos (Hechos 1-8) y a gentiles (Hechos 9-22), a todo ser humano (Hechos 1:8) el arrepentimiento y la fe en Jesucristo.

Pablo, como lo había hecho Pedro en Judea, predicó el mensaje del evangelio y estableció iglesias con Bernabé, Silas, Timoteo, entre otros, en medio de lugares gentiles, pero ellos fueron encarcelados y luego ejecutados. Así mismo murió cada apóstol de Jesucristo, uno por uno, pero la Iglesia no murió sino continuó. Los nuevos cristianos se enfrentaron a un gran cambio en el año 70 d.C., porque Jerusalén fue destruida por los romanos, por lo tanto la iglesia de Jerusalén, que muy probablemente era la principal por ser “la iglesia Madre” fue esparcida, y comenzó a vivir un largo tiempo de persecución.

Los gentiles, es decir los que no eran judíos, llegaron paulatinamente a ser la gran mayoría. A finales del siglo I se empezaron a escuchar nuevas voces en la Iglesia, de quienes eran obispos o diáconos que procuraron guardar y enseñar las doctrinas que habían recibido de Jesucristo y de los apóstoles, como Clemente y Policarpo. En el año 96, poco tiempo después de que el ultimo Apóstol llamado Juan muriera, uno de sus discípulos, Clemente, escribió una carta, titulada Carta de Roma a los Corintios, y Policarpo, otro discípulo de Juan, por la misma época escribió otra carta a la comunidad cristiana en Filipos, exhortando a la Iglesia a vivir conforme lo habían ordenado los apóstoles.

Se cree que por esos años surgió el conocido “credo apostólico”, una confesión de fe que afirmaba la fe en Jesucristo y la confianza en la promesa de la resurrección de los muertos. Los obispos y diáconos como encargados por los apóstoles de cuidar la sana doctrina, enseñaron el valor de profundizar en el mensaje del evangelio y enseñarlo así, de la manera más clara posible, sin añadirle ni quitarle nada. Pero muchos de estos defensores de la fe y la verdad, murieron en tiempos de persecución.

En el Siglo III Diocleciano, emperador romano, creó una Tetrarquía, es decir, un gobierno de cuatro cesares y augustos gobernando cada uno una parte del Imperio, aunque aparentemente desarrolló esta entre otras estrategias de manera inteligente, no correspondió sabiamente frente a los cristianos. Diocleciano fue llamado el enemigo de la piedad, como lo relató Eusebio,[6] porque fue el principal promotor de la Gran Persecución. Aunque el padre de Constantino y el mismo Constantino guardaron silencio frente a los crueles asesinatos de muchos cristianos, quienes aun en medio de esta gran injusticia recibieron con gozo su sentencia de muerte, seria Constantino un instrumento en las manos de Dios para que por un tiempo la Iglesia viviera con algo de paz.

Los concilios ecuménicos (diferente a “ecumenismo”), en tiempos de Constantino, se hicieron famosos, porque este emperador, sucesor de su padre, se había hecho gobernante de todo el imperio romano y aparentemente en forma de gratitud a Dios, por darle la victoria frente a sus enemigos, ayudó a la Iglesia, aunque algunos atestiguan que su motivación fue inducida principalmente hacia una estrategia política de unir el imperio en una solo creencia, por lo que se interesó en promover reuniones y convocar concilios eclesiales. En el primer concilio que organizó Constantino invitó a muchas de las iglesias principales para que juntas representaran un consenso y una declaración conjunta que las estableciera como una Iglesia unida, católica (universal), y fiel al imperio. Este primer concilio, como algunos de los que siguieron, sirvieron de motivación a la ortodoxia cristiana para conservar la unión como Iglesia en la sana doctrina que interpreta con claridad y sin contradicciones las Escrituras.

 

Lecciones del estudio de la Historia general de la Iglesia Antigua

La Iglesia Antigua fue creciendo y desarrollándose en medio de grandes dificultades, su estudio deja importantes contribuciones a la teología sana, entre las que se quieren destacar dos importantes lecciones: la preservación de la Iglesia en sus primeros siglos y de la sana doctrina.

 

La preservación de la Iglesia en sus primeros siglos

La Iglesia a pesar de las dificultades fue preservada, protegida y resguardada por Dios mismo en medio de los peligros de un mundo que vive en contra de Dios y de la doctrina que sostiene a la Iglesia. Conforme a lo anteriormente explicado se hace necesario conocer la historia de la Iglesia, es una gran ayuda para el presente, un aliciente que motiva al creyente a evitar participar de divisiones en la iglesia y perseverar en la fe, reconociendo que la verdadera fe cristiana tiene un largo legado histórico de prácticas cristianas que han fortalecido una fe balanceada, libre de extremismos, que procura conservar la sana teología.[7], que encuentra su fundamente en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento.

La Iglesia primigenia presentó grandes persecuciones, como dijo Baker “el movimiento cristiano enfrentó varias fuerzas internas que amenazaron con desviarlo del modelo del Nuevo Testamento”, [8] pero en medio de la persecución fue preservada. La filosofía helenista, la cual era humanista en esencia, disfrazándose de diferentes maneras, procuró destruir a la Iglesia, pero ella fue preservada en su doctrina a pesar de estas humanistas filosofías, como dijeron Ropero y Fletcher “El ataque literario de los paganos no causó ninguna deserción seria de las filas de los cristianos, antes, por el contrario, el número de los creyentes siguió aumentando diariamente”.[9]

En el primer siglo la Iglesia enfrentó grandes desafíos, pero la sana doctrina que fue la misma dirección apostólica, enseñada en las Escrituras, ayudó a una Iglesia recién nacida a mantener una fuerte unidad interna, que disfrutaba continuamente de un culto sencillo que, como dijo Baker “consistía en el canto de himnos, de oraciones, de la lectura de las Escrituras y de exhortaciones”.[10]

La Iglesia de los primeros siglos enfrentó muchas herejías, pero en medio de ellas, fue preservada en su fidelidad a su Señor y a las Sagradas Escrituras. Aunque no tuvieron un canon claro sino hasta el siglo IV con Atanasio de Alejandría, leían y estudiaban en comunidad las Escrituras, cada domingo, llamado por ellos “el día del Señor”, porque fue el día en que resucitó Jesucristo, su Señor. Ellos fueron valientes de Dios, un gran ejemplo para la Iglesia contemporánea, porque muchos de ellos murieron como mártires rehusándose adorar al Cesar, reconociendo solamente al Señor Jesucristo como su Señor. No se ignora que cometieron errores, pero la Iglesia debe estar agradecida con sus antepasados en la fe al ser el instrumento en las manos de Dios para que la Biblia misma siga siendo conservada,[11] su testimonio aún sigue hablando y enseñando con claridad que las puertas del Hades no prevalecerán contra la Iglesia.

 

La preservación de la doctrina en los primeros siglos de la Iglesia

La preservación de la doctrina esencial, la cual se cimenta en la enseñanza de que Jesucristo es verdaderamente Dios, es desplegada en dos afirmaciones fundamentales para la fe cristiana: la primera que Jesús es el Cristo y la segunda que es verdaderamente Dios, porque fue en esta fe que confesó Pedro (Mat. 16: 16-18) que el Señor ha edificado su Iglesia. Los primeros concilios de la Iglesia primitiva reconocieron a Jesús como Cristo y como Dios, y la definición de fe de Calcedonia, producida en el concilio de calcedonia (451 d.C.) afirmó:

Todos unánimes enseñamos que se ha de confesar a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo que es perfecto en deidad y el mismo que es perfecto en humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre.[12]

La palabra Jesucristo es una declaración de fe, porque reconoce que Jesús es el Cristo. Según el Diccionario Teológico “el uso de “Cristo” caracteriza a Jesús como el Revelador que trae la salvación”[13], este fue el mensaje de los antiguos cristianos, por lo que, como dijo Lutzer: “Debemos agradecer que aquellos que nos han precedido en la historia de la iglesia insistieron en que creyésemos en el Cristo que es Dios”.[14]

La afirmación de Jesús verdaderamente Dios se ve claramente en las Escrituras, ha sido el punto central de la doctrina cristiana. Los judíos contemporáneos de Jesús comprendieron que Jesús al haber dicho sobre sí mismo que era el Hijo de Dios también estaba afirmando su Deidad, por eso querían matarle (Juan 5: 17-18), y es en la doctrina bíblica de la Deidad de Jesucristo que reposa la doctrina esencial de la Trinidad, como dijo Carballosa: “el cristianismo es una fe trinitaria. Si Jesucristo no es Dios, el cristianismo sería una religión falsa”[15]

Los ebionitas, monarquianos, arrianos, socinianos, unitarios y modernistas negaron la divinidad del Verbo, no creyeron que Jesús es Dios, pero la Biblia enseña claramente que la afirmación Hijo de Dios se refiere a que Jesucristo, el Hijo, la Segunda persona de la Trinidad “subsiste como persona distinta dentro de la Trina Deidad por un acto generativo, eterno y necesario, del Padre. Es engendrada la persona, no la esencia, del Hijo”[16]

Como lo explicó claramente Lacueva el Hijo en esencia es Dios y no ha sido engendrado, pero en persona, es Hijo engendrado eternamente por el Padre, sin principio, porque

La vida de Cristo Jesús no tiene comienzo. Debido a que es eterno, siempre ha existido, junto a Dios Padre y Dios el Espíritu Santo. Este es un reclamo completamente sobrenatural que no puede ser hecho por ningún otro ser humano.”[17]

Lo más grande discusión de los primeros siglos en la Iglesia dejó como conclusión la clara enseñanza de que Jesucristo tiene dos naturalezas pero es una misma persona, así también enseñó la unidad con el Padre en sustancia, como con el Espíritu Santo, porque la Trinidad no se puede separar, tres personas, pero un solo Dios, inseparables, eternamente unidos, como un solo Dios, por eso la fe cristiana es monoteísta y no triteista, que declara en su fe, lo que enseñó Jesucristo en la Gran Comisión un solo Dios y tres personas diferentes, El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo.

No se puede desligar a la Iglesia de la sana doctrina, como tampoco a la sana doctrina de la Iglesia, porque es en la sana doctrina que la Iglesia encuentra su fundamento. Como se ha enseñado en este ensayo se puede evidenciar claramente la obra de Dios en medio de la historia de la Iglesia primigenia, respondiendo sin duda ¡Por Su Gracia! A las preguntas ¿Cómo Dios fue preservando a Su Iglesia a pesar de las diferentes persecuciones? y ¿Como Dios conservó la sana doctrina de la Iglesia en medio de conflictos teológicos y diversas herejías?

La sana doctrina sigue siendo conservada por la Iglesia de Dios, por Su Gracia, pero continúa siendo atacada por los nuevos enemigos de la piedad. Aun así, es necesario que la Iglesia reconozca que ha recibido el misterio del Reino de Dios (Mc. 4: 11), porque Dios ha querido dárselo a conocer (Ef. 1:9, Col. 1: 27), para que lo guarde (1 Tim. 3: 16), con limpia conciencia. Este grande misterio de la piedad enseña la obra del gran Dios Salvador para el hombre pecador, en este grande misterio la Iglesia ha reconocido que Dios el Padre tiene una naturaleza semejante y únicamente comparable a Dios el Hijo, es que solo puede ser comprendida en relación con Él y así también el Padre y el Hijo con el Espíritu Santo, siendo un único Dios, difícil de comprender porque es de una naturaleza única que no puede ser comprendida por la mente humana, y por eso es un misterio, que no puede ser comparado con alguna otra naturaleza, pero en Jesucristo puede ser creído y recibido con gozo en el reconocimiento absoluto de la necesidad del Gran Salvador (Dt. 29:29).

 

BIBLIOGRAFÍA

Baker, Robert A. Compendio de la historia cristiana. Trad. de Francisco Almanza. El Paso, TX: Mundo Hispano, 1981.

Carballosa, Evis L. Jesucristo el incomparable. Grand Rapids, MI: Portavoz, 2019.

Eusebio, Historia de la Iglesia. Grand Rapids: MI: Portavoz, 1999.

Fletcher, John y Alfonso Ropero. Historia general del cristianismo. Barcelona, España: CLIE, 2008.

Gonzales, Justo L. La Biblia en la Iglesia Antigua. El Paso: TX, Mundo Hispano, 2021.

Kittel, Gerhard y Gerhard Friedrich. Compendio del diccionario teológico. Grand Rapids: MI, Libros Desafío, 2002.

Lacueva, Francisco. Curso de formación teológica evangélica. Barcelona, España: CLIE, 2006.

Lloyd-Jones, Martyn. Sermones sobre hechos de los apóstoles. Trad. de Gema Gutiérrez Edimburgo, Escocia: El Estandarte de la Verdad, 2007.

Lutzer, Erwin. Doctrinas que dividen. Trad. de John Bernal. Grand Rapids, MI: Portavoz, 1998.

Pritchard, Ray. Credo. Trad. de Sergio Ramos. Wheaton: IL: Patmos, 2010.

Sproul, R.C., ed. La Biblia de Estudio de la Reforma. Medellín, Colombia: Poiema, 2020.

Trueman, Carl R. Historias y falacias. Trad. de Jaime Caballero. Wheaton, IL: Crossway, 2010.

Vila, Samuel. El cristianismo evangélico. Barcelona, España: CLIE, 1982.

 



[1] Carl R. Trueman, Historias y falacias, trad. de Jaime Caballero (Wheaton, IL: Crossway, 2010), 235

[2] Samuel Vila, el cristianismo evangélico (Barcelona, España: CLIE, 1982), 9

[3] Robert A. Baker, Compendio de la historia cristiana, trad. de Francisco Almanza (El Paso, TX: Mundo Hispano, 2012), 7.

[4] John MacArthur, Biblia de Estudio MacArthur - NBLA (Nashville, USA: Editorial Vida, 2021), 1296-1304

[5] Martyn Lloyd Jones, Sermones sobre hechos de los apóstoles, trad. de Gema Gutiérrez (Edimburgo, Escocia: El Estandarte de la Verdad, 2007), 19.

[6] Eusebio, Historia de la iglesia (Grand Rapids: MI: Portavoz, 1999), 316-320.

[7] Carlos Astorga, ¿Por qué estudiar la historia de la iglesia?, Coalición por el evangelio, 13 de mayo de 2024. https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/por-que-estudiar-la-historia-de-la-iglesia/.

[8] Robert A. Baker, Compendio de la historia cristiana, 43.

[9] John Fletcher y Alfonso Ropero, Historia general del cristianismo (Barcelona, España: CLIE, 2008), 53.

[10] Robert A. Baker, Compendio de la historia cristiana, 16.

[11] Justo L. Gonzales, La Biblia en la Iglesia Antigua (El Paso: TX, Mundo Hispano, 2021), 14.

[12] R.C. Sproul, ed., La Biblia de Estudio de la Reforma (Medellín, Colombia: Poiema, 2020), 2338.

[13] Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich, Compendio del diccionario teológico (Grand Rapids: MI, Libros Desafío, 2002), 1319

[14] Erwin Lutzer, Doctrinas que dividen, trad. de John Bernal (Grand Rapids, MI: Portavoz, 1998), 41.

[15] Evis L. Carballosa, Jesucristo el incomparable (Grand Rapids, MI: Portavoz, 2019), 135.

[16] Francisco Lacueva, Curso de formación teológica evangélica (Barcelona, España: CLIE, 2006), 156.

[17] Ray Pritchard, Credo, trad. de Sergio Ramos (Wheaton: IL: Patmos, 2010), 57.





       




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