NO DESTRUYAS A TUS HIJOS
“Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se
apresure tu alma para destruirlo” Proverbios
19: 18 (RVR 1960)
Los hijos son la simiente y
esperanza de una nueva generación. Ellos no crecen como los tamaguchis, dándoles
mamarrachadas, porque verdaderamente son sobrantes y no vida la que se siembra
en ellos cuando solo se les provee en sus necesidades físicas.
En una cultura, la cual no
recuerdo, se creía o aun se sigue creyendo que los hijos representaban mayores
ingresos en la familia, debido a que el salario por su trabajo era consignado directamente
al padre de familia, por tal razón es que las familias con mayor numero de
hijos representaban un mayor status económico.
Ideas, como la anterior, no
nos compete descalificar, pero podemos llegar a concluir que estos pensamientos
pueden llegar a perder el verdadero sentido de familia cuando la relación de
padre a hijo es similar a jefe-empleado.
Los hijos son responsabilidad
principal de los padres, por esto es que en proverbios Salomón exhorta a los
padres a cuidar de sus hijos, no solo porque es lo mejor para ellos sino para
toda una sociedad, debido a que es la familia el núcleo central de la sociedad.
Las nuevas generaciones están
siendo destruidas por esos padres que no han sido obedientes al encargo que de
Dios han recibido, cuidar a sus hijos y criarlos en el temor del Señor. No solo
se destruye a un hijo cuando se tiene un comportamiento violento en contra de
ellos sino también cuando se cultiva una relación de indiferencia hacia ellos.
El castigo no es sinónimo
sino antónimo de destrucción, porque quien castiga a su hijo demuestra que en
verdad lo ama y no quiere verlo destruido en las llamas del infierno. Pero el
castigo ha sido completamente desdibujado de la comprensión social en cuanto a
la crianza y educación contemporánea. Se piensa que castigo es golpear al niño
cuando no obedece o es sembrarle terror e inseguridad en sus corazones, pero no
se refiere a esto el castigo que la Biblia nos enseña, sino es tomarlo en sus
brazos, estar cerca de él, explicarle con ternura, no con rabia, el mal que
hizo y con una barrita de madera o el mismo cinturón, pero nunca con la mano,
reprenderlo en la cola con un sincero dolor en su corazón debido a que no fue
agradable para su padre, porque es así que podrá comprender el mismo dolor que
siente su padre por el mal que hizo para que no lo vuelva a hacer, pero de ser
el niño más grande quizás no sea conveniente seguirle castigando con la varita
del amor sino con una tarea o un oficio en el hogar, pero nunca se castiga a un
hijo negándole la oportunidad de ir a la iglesia, a menos que este hijo sea un
hipócrita que quiera destruir en vez de ser parte de los que edifican la
iglesia, siendo desobediente aun a las autoridades eclesiales que el Señor ha
puesto, pero estos casos particulares lo enseña mejor la Biblia en las cartas
paulinas.
La reprensión y corrección a
los hijos es mejor hacerla desde que ellos son pequeños, porque entre mas
grandes, se hace cada vez más difícil tener esperanza en ellos. Es bastante
notable observar a través de la actitud de un adulto su proceso de crianza, por
ejemplo quien es arrogante, altivo y orgulloso presupone a un tipo persona que
siempre le dieron lo que pedía y nunca le corrigieron por el mal que hacía, mas
una persona que se ve humilde y sencilla en su forma de ser demuestra que fue
educada en la disciplina y amonestación del Señor por unos padres que
estuvieron atentos a su necesidad más importante, la espiritual.
Los pastores en las iglesias
hacen muchas veces esa labor de padres, aquella que nunca hicieron los legítimos
padres con sus hijos, los exhortan, castigan y cuidan en el amor del Señor, es así
que la iglesia es un lugar de crecimiento no solo para aquellos huérfanos que
crecieron sin una figura paternal o maternal sino para todos aquellos que creen
en Jesucristo y desean hacer su voluntad.
“…Someteos unos a otros en el temor de
Dios…” Efesios 5: 21 (RVR 1960)