¿QUIÉN SOY YO PARA JUZGAR?
Una de las preguntas que
nos llevan, inmediatamente a la reflexión, es ¿Quién soy yo para juzgar? Es uno de esos interrogantes que hacen callar hasta al hombre que, aparentemente se
muestra como el más limpio, porque no existe argumento válido que nos haga ser
dignos de asumir ese puesto de juez.
La conciencia no debe ser
ignorada, ni mucho menos manipulada, sino estimada en alto, puesto que es esta
la que acompaña a la inteligencia. Seamos sensatos, no asumiendo una posición
que no nos corresponde, porque en aquello que juzgamos también caemos. No somos
firmes porque, tal como ocurre con la ley de la gravedad, nuestro hombre
natural está en continua caída. Día a día nuestras fuerzas van disminuyendo
mientras seguimos discutiendo por banalidades que nada edifican a nuestro ser
integral (cuerpo, alma y espíritu). No necesitamos más trabajo, más dinero,
mejor transporte, mejor educación, un mejor sistema de salud, ni nada que se
asemeje a esto, sino requerimos con urgencia ser. No podremos hacer nada que
sea valeroso sino somos, porque el hacer siempre será consecuencia natural del
ser. Por tal razón es que nos quedamos callados, de vergüenza, en el momento de
reflexionar en la pregunta ¿Quién soy yo para juzgar? En verdad que nuestra
vida necesita a aquel quien le dijo a una mujer acusada por ser sorprendida en adulterio:
“Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te
condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te
condeno; vete, y no peques más.”
Juan 8: 10-11 (RVR 1960)
No hay otro nombre en el
que podamos ser salvos sino solo en Jesucristo, quien no vino al mundo a
condenarnos sino a salvarnos de nuestra caída. Solo Él tiene el derecho de
juzgarnos porque nunca se halló pecado en El, mas se reservó tal privilegio por
amor a nosotros. Jesucristo no desea que pequemos más, sino que nos apartemos
del mal y le sigamos. No somos perfectos, pero si creemos en Jesucristo
tendremos al Dios perfecto como nuestro guía.