ABSTINENCIA

Una gran variedad de doctrinas enseña que la mejor manera para enfrentar el mal es la abstinencia y es verdad en un sentido, pero en otro es mentira. La abstinencia se refiere a privarse de algo que en este caso sería hacia aquello que creemos es malo, por ejemplo, en la adicción lo malo lo definimos como el objeto de la adicción. Para lo anterior se pueden usar varias estrategias dependiendo de la adicción en específico, pero para poder usar bien la estrategia es necesario identificar el problema que causa ir hacia la adicción. El problema principal de todo mal es el pecado, eso no lo podemos negar, pero es un problema que solo puede ser resuelto por Dios y Dios lo resolvió en su muerte, sepultura y resurrección, no fue en nuestras fuerzas sino en el evangelio, aun para avanzar en el sendero de la santificación necesitamos del evangelio para poder evitar caer e ir constantemente tras el pecado, porque la única manera de dejar el mal en nuestra vida es destruyéndolo por completo, aunque es necesario aclarar que si es una persona, no vamos a destruir a la persona, pero si a la posible idea diosificada que hemos construido de ella, así como a cualquier otra imagen que busque que nos adentremos en lo que no debemos, es decir en la idolatría. De todo lo anterior debemos abstenernos para poner nuestra mirada únicamente en las cosas de arriba, teniendo en cuenta que, aunque el pecado no ha sido completamente destruido si ha sido derrotado por el evangelio que nos enseña la victoria de Jesucristo sobre todo el mal, y es en esta victoria que debemos mortificar el pecado remanente en nuestras vidas.

La adicción explica muchas cosas, pero veamos por qué algo tan irracional, que aun la persona que es adicta muchas veces sabe que es, termina convirtiéndose en una cárcel sin salida. La adicción se ve atractiva, bastante encantadora, es deseable a los sentidos, embrutece al que ha caído en sus garras, hipnotiza bajo el apetito de la carne, pero no lo hace con cualquiera sino que trabaja principalmente con el más débil de la manada.

El más débil no es el que menos sabe, sino es el que cree que más sabe y por confiado se mete en zonas peligrosas pensando en que no recibirá ningún daño. El más débil es un imprudente que no reconoce su debilidad, o que la reconoce, pero aún no ha aprendido a huir de la tentación. El más débil debe reconocer su debilidad y empezar a abstenerse, es decir a renunciar de manera voluntaria a complacer sus deseos carnales para solamente buscar satisfacer el deseo de Dios. Solo así es que el adicto volverá a la vida, el débil será fuerte, el cansado tendrá fuerzas y el mal será destruido.

 

EL DON DE LA ABSTINENCIA

“Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” 1 Corintios 7: 8-9 (RVR 1960)

La continencia es un don, un regalo de Dios, llamado también abstinencia que se refiere a la capacidad de no satisfacer un vano deseo, en particular el sexual. Pero este don no solo debe verse como un regalo para unas personas en particular, es necesario que todos, aun los que se nos dificulta más, empezar a desarrollar en lo posible desde la soltería una capacidad de abstinencia que nos permita mantenernos puros, alejados de toda corrupción sexual, para lo cual debemos aprender a inhibirnos y huir cuando llegue la tentación como hizo José (lea Genesis 39), pero existe un placer verdadero al que debemos procurar alimentar constantemente, porque es real, eterno y el más grande: el profundo gozo en el Señor, a pesar de las circunstancias.

 

LA ABSTINENCIA EN EL FRUTO DEL ESPÍRITU

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” Gálatas 5: 22-25 (RVR 1960)

Aunque la abstinencia no este explícitamente en el fruto del Espíritu si lo está de manera implícita, es decir que podemos ver su concepto, por lo tanto, pensamos en la abstinencia no como un simple esfuerzo humano sino como la obra del Espíritu Santo en la vida de aquel que se refugia en el Señor de manera constante, íntima y profunda.

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