OBEDECER HUMILDEMENTE LA LEY DE DIOS

 “Tú te llamas judío, te apoyas en la Ley y te glorías en Dios; conoces su voluntad e, instruido por la Ley, apruebas lo mejor; estás convencido de que eres guía de ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los ignorantes, maestro de niños y que tienes en la Ley la forma del conocimiento y de la verdad.” Romanos 2: 17-20 (RVR 1995)

El mensaje de Pablo en estos cuatro versículos bíblicos es sorprendente, porque habla a aquellos judíos cristianos que dejándose llevar por la soberbia se apoyaban en su nacionalidad e historia. Se sentían orgullosos de haber nacido en un pueblo al que se le había confiado las Escrituras y en donde nació el Salvador, pero esta ley que habían recibido bajo la enseñanza desde su niñez no era para creerse un sabelotodo, guía de ciegos, luz para los que están en oscuridad, instructor de los ignorantes y maestro de los principiantes, sino primeramente es para glorificar a Dios, porque el fin de la ley no es la exaltación del hombre sino la exaltación de Dios.

La ley no era para alimentar el ego de unos pocos, creerse mejor que los demás, sino para confiar en Jesucristo, el único que fue fiel a toda la Ley de Dios y que obedeciendo verdaderamente la Ley murió por muchos para justificarlos, dándoles lo que necesitaban: su justicia por Gracia, es decir que es únicamente en Jesucristo que somos hallados justos, como si hubiéramos obedecido fielmente la Ley de Dios, porque en Él tenemos la confianza de la salvación que nos guía al arrepentimiento y fe en Jesucristo para la justificación de nuestras almas.

La palabra justificación, en el contexto bíblico, en especifico de Romanos se usa para enseñarnos la doble imputación de Jesucristo en donde aquellos que se arrepienten y creen en Él, por Su Gracia, han muerto al dominio del Pecado, por la muerte de Jesucristo, y han renacido a una nueva vida y a la esperanza de la glorificación, por la resurrección de Jesucristo, en otras palabras, Jesucristo tomó nuestros pecados y murió por todos ellos, una vez y para siempre, y nos otorgó su justicia, como si nosotros hubiéramos obedecido fielmente todos los mandamientos, por Su Gracia, por media de la fe en Él, de tal manera que no tenemos de que gloriarnos, sino agradecer a Dios y honrarle con toda nuestra vida procurando obedecer primeramente, cada uno de nosotros, la Ley de Dios, sin mirar al otro con soberbia, por debajo del hombre, sino sometiéndonos a los preceptos de Dios, no por miedo sino por amor a Él, el único y eterno Dios Creador de todo el universo y nuestro amado Redentor.

El mensaje central una vez mas es Jesucristo, no es otro que Jesucristo, porque es en Él que podemos reconocer nuestra realidad, que somos débiles y lo necesitamos continuamente, nada podemos hacer separados de nuestro Señor Jesucristo. Él es nuestra cabeza, nuestro Señor, nuestro Salvador, no es uno que vino a mostrarnos un camino, sino Él mismo es El Camino, la Verdad y la Vida, por lo tanto honrémoslo con todo nuestro ser, procurando ser fieles a sus mandamientos, con un corazón humilde y sencillo que no esta buscando juzgar al hermano, sino procurando en primer lugar obedecer la Ley de Dios en amor y en segundo lugar el bienestar del prójimo en su santificación como la nuestra.

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