EL MODUS OPERANDI DEL PECADO
“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.” Romanos 7: 7-13 (RVR 1960)
La palabra ley en el original griego es la
palabra nómos, que procede de “némo” (“asignar”), lo que literalmente significa
nómos es “lo apropiado”. La ausencia de ley es la anomía que significa aquello
que no ha sido asignado, la iniquidad o maldad, lo que no hace parte del diseño
original de la creación. El concepto nómos es comprendido como una serie de normas,
leyes o mandamientos, que deben ser aplicados a todas las áreas de la vida para
vivir de manera apropiada. En el contexto bíblico la palabra nómos expresa
principalmente la voluntad de Dios, es asi que la Ley es lo apropiado, lo que
naturalmente debe ser correspondido conforme a la naturaleza de la creación,
porque es el precepto, designio, principio o edicto al que se debe sujetar la
creación conforme a su naturaleza asignada por Su Creador. Por lo anterior no
se puede decir que la Ley sea pecado, pero cuando el ser humano conoce La ley, aquello
que Dios ha determinado que haga, comprende que su vida es anomia, no apropiada
a los designios de Dios, es decir: llena de iniquidad.
La posición en la que quedamos después de la
caída (Genesis 3) ha sido una existencia en contra del designio con la que fue
creada. La Ley exige obediencia, y demanda juicio severo para el que no se
somete a ella, mas nuestra naturaleza que se ha corrompido carece de
posibilidad alguna para obedecer fielmente a Dios. No podemos obedecer la Ley,
simplemente no podemos, debe ser la confesión sincera de aquellos que se
acercan a la Ley, y es el verdadero propósito de la Ley para el hombre pecador,
para todos nosotros. La Ley no solo nos enseña nuestra imposibilidad sino
tambien resulta en ser un gran apoyo para la carne, el pecado que habita en
nosotros, porque el conocimiento del mal incita al pecador a hacer lo malo.
La naturaleza caída del ser humano se revela
en el momento de entender lo que la norma dice que no debe hacer, para lo
anterior daré un ejemplo sencillo. Imagina que estas en tu casa y tu madre deja
en el centro de la mesa una torta deliciosa que ha preparado, pero quizás ni
atención le habías prestado, debido a que te encontrabas ocupado en otras tareas,
pero cuando tu madre dice: - ¡Hijo! Te prohíbo que comas de esta torta- es en
ese momento que empieza a revelarse ese pecado que mora en nosotros, incitándonos
a comer de aquella torta que quizás antes hasta ignorábamos.
La Ley no es el problema, sino como se relató
anteriormente y como explicó Pablo, no es pecado, no es mala, sino es buena,
pura, santa, contraria a la naturaleza humana que se ha corrompido, por lo que
el ser humano al ser expuesta a ella encontrara en su ser solamente pecado, por
lo anterior la Ley no le sirve al hombre pecador para salir de su pecado, sino
antes lo hunde más en el mismo. Lo que hemos visto es un buen argumento para no
apoyar sino evitar todo tipo de practica ascética y mística que muchos han
procurado hacer para salir del pecado, porque del pecado solo hay una forma de
salir y es cuando Dios transforma nuestro corazón, nuestros malos deseos, por
medio de Jesucristo. Pero el cristiano, aquel que ha sido transformado por la
Gracia de Dios, no ha sido completamente regenerado, sino que aun habita un
remanente del pecado en su ser el cual debe mortificar diariamente para que al
ser expuesto a la Ley pueda aprender a encontrar deleite en ella para
obedecerla, esta es su verdadera batalla diaria, por lo que debe pedir todos
los dias de su vida la ayuda de Dios en su santificación, porque nunca en esta
vida será completamente santo, aunque es posicionalmente santo.
La condición natural del ser humano es de rebelión al Creador, desobedecer sus santos mandamientos. Conforme a lo que se ha podido estudiar, podemos reconocer que Dios es Santo, Perfecto, Creador de todo y de todos, Soberano, pero el ser humano es pecador, todos hemos pecado, no hay quien busque a Dios, ni una sola persona, por lo tanto la Ley nos condena en justo juicio. La Ley moral está insertada en nuestra conciencia y los diez mandamientos la enseñan claramente, es conocida por todos, de una u otra manera, todo ser humano es inexcusable para obedecerla, es responsable de obedecerla, pero no puede. Es asi que Pablo tambien va a hablar desde su propia experiencia para ayudarnos en esta encrucijada y gran dilema.
Pablo no solamente relata lo que ocasiona el
conocimiento de la Ley sino testifica de lo que produjo en su vida. Antes de
conocer la Ley, vivía sin Ley, sin temor al pecado, porque no sabía con
claridad lo que era el pecado, hasta que llegó a la Ley que le manifestó que no
estaba viviendo de manera apropiada. El poder conocer el mandamiento “no
codiciaras” hizo que el pecado reviviera en él, Pablo como fariseo, hombre
extremadamente religioso creía obedecer fielmente el mandamiento y la ley, no
creía que estaba obrando mal, hasta que sus ojos fueron abiertos y reconoció el
significado de la Ley, y que no estaba viviendo conforme a ella. La Ley resultó
ser buena, porque le enseñó su condición de moribundo y lo pecaminoso que es el
pecado, para llevarlo al único que pudo salvarlo de su condición de miseria.
Asi mismo, reconoció, como se verá mas adelante que como cristiano, aun siendo
un cristiano maduro, debía luchar contra el pecado continuamente,
mortificándolo, pero no en sus propias fuerzas sino únicamente podía hacerlo en
la victoria de Jesucristo.
Esta enseñanza debe llevarnos como cristianos
a exaltar a Dios por su gran misericordia que nos dio libertad, glorificarlo,
honrarlo, y reconocer nuestra necesidad continua de Él, de Jesucristo a quien
el Padre envió para salvarnos de nuestros pecados, porque Jesucristo murió para
pagar nuestra redención y nos ha regenerado dándonos al Espíritu Santo para que
podamos andar por el sendero de la santificación, porque no podemos en nuestros
méritos ser salvos del pecado y de su forma de proceder sino solo en los
méritos de Jesucristo.
“El Señor vive, bendita sea mi roca, Y
ensalzado sea Dios, roca de mi salvación” 2 Samuel 22: 47 (NBLA)
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