Mortifica tu orgullo


El mal, causa de grandes males, llamado orgullo es un terrible arrogante que debemos mortificar cada día para que perezca en su vanidad. No es el mayor peligro de un cristiano su ignorancia sino su orgullo, porque la ignorancia puede ser resuelta en la humildad, pero quien vive en orgullo cae en una gran trampa en la que difícilmente escapara a menos que se humille a si mismo ante Dios, mortificando de esta manera su terrible orgullo.

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros…” Colosenses 3: 5 (RVR 1960)

Lo terrenal en nosotros es todo aquello que procede de este gran mal llamado orgullo: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia. Todo el mal que puede un hombre cometer es el resultado de un corazón orgulloso que no se somete a Dios. No hay sensatez en el orgulloso sino solo vanidad, aunque aparentemente no se vea como tal.

La arrogancia, aunque sea por causas aparentemente justas, es un mal del que debemos morir a diario, reconociendo aun en nuestro aparente buen obrar que no es por nosotros sino por la Gracia de Dios que podemos hacer algo bueno, de tal manera que la Gloria sea solo para Dios.

“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” Colosenses 3: 12 (RVR 1960)

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