LA MUJER ADULTERA

Es fácil ver el pecado de nuestro prójimo, pero cuán difícil es examinarnos a nosotros mismos. Muchas veces nos apresuramos a señalar a una persona, cuando en primer lugar se nos demanda nuestra propia responsabilidad.

 

“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” Juan 7: 3-11 (RVR 1960)

 

El caso de esta mujer que cometió adulterio, nos da varios consejos a considerar, como que en Jesucristo, solo en El, no hay condenación, sino libertad para no pecar más. Por lo anterior, reconozcamos que el amor, la misericordia y la salvación de Dios solo es dada por Dios a todo aquel que cree en Jesucristo, mientras que alejados de Dios solo vivimos condenando a otros y condenados en nuestro propio pecado.

 

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