¿ESTAS ENFERMO?
Las alteraciones en el estado fisiológico causan un malestar e
inestabilidad en el ser humano que en muchos casos no le permiten ni levantarse
de la cama. Puede ser desde un simple dolor de garganta, de cabeza, de espalda,
de estómago, hasta un problema digestivo, respiratorio o cualquier otro que
afecte gravemente la salud, aun así, también se puede presentar como una
oportunidad para tener un momento de restauración no solo en el cuerpo sino también
en el alma y el espíritu.
En 2 Reyes 20: 1-6 la Biblia nos enseña sobre un rey de Israel llamado Ezequías
quien se enfermó gravemente. El, como rey, se ocupó de muchos asuntos, pero
había olvidado uno muy importante, su familia, por lo que el Señor le dijo “ordena
tu casa, porque morirás, y no vivirás” (2 Reyes 20: 1). Estar postrado en una
cama sin tener posibilidad de levantarse, con un dolor muy difícil soportar,
muestra también la misericordia de Dios porque nos permite examinar un poco
mejor nuestras vidas delante de Él.
“Examíname, oh Dios,
y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí
camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” Salmos 139: 23-24
(RVR 1960)
Las preguntas que puedes hacerte mientras estas en medio de tu enfermedad
o cualquier otra aflicción pueden ser ¿he agradado a Dios como padre, como
madre, como hermano, hermana, hijo?, pero la más importante que te deberías
hacer es ¿cómo he sido delante de Dios? ¿en verdad me he comportado como Dios
quiere? Si en algunas de estas preguntas tu conciencia te ha mostrado algo que
cambiar, entonces no dudes más, mira a Cristo y ruega a Dios por su perdón.
“¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno
alegre? Cante alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los
ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre
del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará;
y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras
ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz
del justo puede mucho.” Santiago 5: 13-16 (RVR 1960)
En medio de tu enfermedad puedes caer en cuenta de muchas cosas malas
que has hecho en tu vida, cosas que quizás sean difícil de restaurar, que te
den aun vergüenza de mencionar, pero que puedes confesar ante Dios.
“Él que encubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa
y los abandona hallará misericordia.” Proverbios 28: 13 (LBLA)
La enfermedad no recae sobre personas más o menos pecadoras que otras, si
no puede llegar a cualquiera, pero la diferencia es notable en personas que en
medio de esta situación se refugian aún más en Dios, porque han creído en
Jesucristo, su Salvador que les rescató del pecado.
El pecado es peor que cualquier enfermedad, es más perjudicial que la misma
muerte, porque es la verdadera causa de la muerte y de todo el mal, pero en
Cristo tenemos la esperanza de vencer a la muerte y el pecado en la resurrección
de nuestros cuerpos (no de todos sino de aquellos que en El han creído).
La única manera de ser salvos de la horrenda condenación que merecemos por
nuestro pecado es arrepentirnos, confesar nuestros pecados delante de Dios,
apartarnos de tales y creer en Jesucristo. Creer en Dios es obedecer su
Palabra, es el camino angosto que dice “obedece a Dios, aunque no sepas a donde
te llevara tu obediencia a Él”.
“Compasivo y clemente es el Señor, lento para la ira y grande en
misericordia.” Salmos 130: 8 (LBLA)
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