LA APARIENCIA DE UN APOSTATA
En
la década de los ochenta se levantó un predicador pentecostal llamado Jimmy
Swaggart, un hombre que le inspiraba confianza a muchos. Su apariencia era de
piedad, de bondad pero en su corazón solo había amor por el dinero. El deseo al
poder fue lo que lo llevó a juzgar a los demás, al legalismo, a la condenación,
olvidándose del versículo que dice:
“Tú que dices que no se ha de
adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?”
Romanos 2: 22 (RVR 1960)
Este
ciego que con sus enseñanzas buscaba guiar a otros ciegos sin quitarse,
primeramente, la viga que había en su propio ojo (lee Mateo 15:14), era un
charlatán que solo buscaba su propia gloria. Un mercader de la fe que por
avaricia hacía mercadería de muchos con palabras fingidas (lee 2 Pedro 2).
Pocos años después Swaggart fue juzgado con la misma barra que juzgó a los
demás, y a menos que se hubiera arrepentido creyendo de verdad en Jesucristo
será juzgado en las eternidades del infierno.
Como
hijos de Dios tenemos que evitar a tales personas que tienen apariencia de
piedad pero niegan la eficacia de la fe porque ellos son los que llevan a
muchos a esclavitud. Más bien, Permanezcamos firmes, sin dejarnos mover ni
ajustarnos al pensamiento de aquellos que blasfeman el nombre de Dios no
conformándose con la sana doctrina.
Ser
fiel a la palabra de Dios es reflejo verdadero de temor a Dios, de ser humilde
y pobre en espíritu. Como hijos de Dios debemos servirle, como obreros que no
tienen de que avergonzarse, que usan fielmente la Palabra de Verdad. No
busquemos nuestra gloria sino la gloria de Dios. Que el ministerio nunca te
lleve a la vanagloria como en muchos líderes ha ocurrido construyendo sus
propios tronos.